martes, 7 de septiembre de 2010

EL METODO ABR ( Advanced Biomechanical Rehabilitacion)

en su casa, cada día, a las diez en punto

de la mañana, Sonia Castro (27) acuesta

en una camilla a Rocío, su hija de cuatro

años que tiene parálisis cerebral. La

camilla está al centro de una amplia pieza,

rodeada de repisas llenas de juguetes.

Con una almohadilla de esponja Sonia

presiona suavemente distintas partes del

cuerpo de su hija: la mandíbula, el cuello, el pecho, y le cuenta la

historia de un mono que se da un baño de burbujas, mientras

le pasa juguetes para entretenerla: un pianito, una flauta, una

pelota. Rocío juega y se ríe, repite algunos sonidos y acaricia a su

gata Paciencia, que se acuesta con ella en la camilla.

Esta rutina, que dura tres horas diarias, es un tratamiento de

rehabilitación. Se llama Advanced Biomechanical Rehabilitation,

ABR, y Sonia y su marido, Eduardo Kaftanski, fueron capacitados

en Argentina para aplicarlo en su hija. En poco más de

un año de esta terapia, Rocío ha hecho progresos que no logró

en tres años de rehabilitación con kinesiología, terapia ocupacional

y fonoaudiología, simultáneamente. Rocío no hablaba,

no sostenía la cabeza, no era capaz de tomar objetos con las

manos. Tenía tres años y no se podía sentar. Hoy, con ABR,

hace todo lo anterior y ha comenzado a decir mamá y papá.

Un diagnóstico lapidario

Encontrar la forma de ayudar a su hija fue un proceso colmado

de frustraciones. En agosto de 2004 Rocío nació prematura,

a las 32 semanas, por una infección intrauterina. Pasó un

mes en la unidad de Neonatología y el día en que le dieron el

alta el doctor a cargo informó a Sonia y Eduardo de que su hija

tenía parálisis cerebral.

–Rocío tiene leucomalasia periventricular– dijo el neonatólogo.

–¿Qué es eso?– preguntó Sonia, con su guagua en brazos.

Eduardo estaba a su lado.

–Un severo daño cerebral. Hay quistes en la materia blanca

del cerebro– dijo el doctor mostrando una resonancia magnética

de la niña. Prácticamente todo lo que debía ser blanco en

la imagen estaba negro.

–Es probable que nunca camine ni que logre hablar– agregó

el doctor.

Sonia y Eduardo se negaron a creer que el futuro de Rocío

fuera tan negro. Leyeron todo lo que encontraron en internet

y pidieron orientación al pediatra, la neuróloga y la fisiatra que

evaluaron a Rocío. Así supieron que el síndrome de parálisis

cerebral equivale a discapacidad, es causado por una lesión

cerebral que ocurre en el útero o en los primeros años de vida

y que se caracteriza por una alteración del sistema motor, el

tono de los músculos y la actividad refleja, lo que dificulta los

movimientos y los logros propios del neurodesarrollo, como

sentarse o hablar.

La rehabilitación de Rocío empezó a los dos meses de vida

con sesiones de kinesiología y terapia ocupacional. Cuando

cumplió un año se sumaron horas de fonoaudiología e hidroterapia.

A los dos años recibió infiltraciones de bótox para relajar

la rigidez de sus brazos y piernas, efecto que sólo duraba unos

meses. Usaba día y noche órtesis en los pies, unas botitas que

los dejan en posición recta y pasaba algunas horas al día amarrada

a una tabla, llamada de pronación, para practicar la posición

de pie, lo que la hacía llorar desconsoladamente.

“‘¡No es posible que se beneficie con algo que le causa tanto

sufrimiento!’, les reclamamos a los doctores. Nos negamos a

seguir amarrándola a la tabla. Estábamos decepcionados de la

medicina y de sus tratamientos”, dice Sonia. Rocío pasaba todo

el día en terapia y no tenía tiempo libre para jugar ni ir a la plaza.

Los padres gastaban 600 mil pesos mensuales en tratamientos

y reforzaban los ejercicios en la casa. Sin embargo, la niña no

avanzaba, al menos físicamente. “Sus únicos logros eran en

el aspecto social: se reía, seguía órdenes, repetía vocales. Nos

sentíamos en un callejón sin salida: de las terapias sólo obteníamos

fracasos, pero no podíamos dejarlas, porque eran lo

único que la medicina nos ofrecía”, dice Sonia.

El video milagroso

Sonia descubrió ABR leyendo blogs en inglés. Sus favoritos

eran terriblepalsy.wordpress.com, el blog de la australiana

Jacqui, y ryntales.blogspot.com, de la estadounidense Kathryn,

ambas madres de niños menores de siete años con daño cerebral.

Lo que a Sonia más le gustaba de esos blogs era la tranquilidad

que irradiaban esas mujeres y quiso descubrir cómo

esas madres del primer mundo rehabilitaban a sus niños.

“La sigla ABR empezó a repetirse en los relatos de esas

mamás. Cuando entendí que se trataba de una nueva terapia,

me entusiasmé: yo seguía muchos blogs de padres con hijos

con parálisis cerebral y de todos, los niños que mejor estaban

eran Moo, el hijo de Jacqui, y Ellie, la hija de Kathryn. Moo aparecía

en un video sentándose solo; se veía súper natural. Es

decir, su cuerpo no estaba chueco ni rígido como el de Rocío.

Movía sus brazos con una soltura impresionante para ser un

niño con daño cerebral. Que Rocío se sentara y moviera así sus

brazos estaba lejos de lo que me atrevía a esperar”, dice Sonia.

Rocío, que ya tenía 3 años, no podía sostener por muchos

segundos su cabeza, que se le desplomaba sobre el pecho.

Usaba varios baberos al día, porque no cerraba la boca. A pesardel trabajo con la fonoaudióloga, seguía usando mamadera y


comiendo papilla, porque no aprendía a masticar. Sus brazos

permanecían recogidos y pegados al tronco, por lo que resultaba

muy difícil que tomara alguna cosa. Y sus piernas rígidas

eran incapaces de sostener el peso de su cuerpo. Los nulos

logros de su rehabilitación le daban la razón al pronóstico de

los doctores: Rocío no mejoraba.

“Al parecer hay luz al fondo del camino: una terapia nueva

que se llama ABR”, anotó Sonia en el blog que había comenzado

a escribir por las noches, como una forma de desahogarse

y de entrar en contacto con padres chilenos que tuvieran

hijos con parálisis cerebral. Llamó a su blog mamaterapeuta.

cl, convencida de que la rehabilitación de un hijo con parálisis

dependía del compromiso de sus padres.

Y esto es lo que Sonia, hace ya más de un año, averiguó:

ABR es un método de rehabilitación que empezó a usarse en

1999 en Bélgica en pacientes con daño neurológico que sufren

desórdenes motrices o deformidades corporales. Su inventor,

Leonid Blyum, es un matemático ruso, hijo de un médico especializado

en problemas de columna y deformidades articulares,

como la escoliosis y la luxación de cadera. Inspirado en

el trabajo de su padre, que había conseguido avances en sus

pacientes con una técnica manual parecida a un suave masaje,

Blyum desarrolló los fundamentos teóricos y perfeccionó el

método para corregir deformidades músculo-esqueléticas en

niños y jóvenes con parálisis cerebral.

Las terapias tradicionales apuntan a mejorar las limitadas

funciones motoras de los niños con parálisis (girar la cabeza,

mover los brazos) trabajando directamente los músculos del

cuerpo, como los bíceps o cuádriceps, que están sin volumen,

tono y resistencia a causa de la parálisis. La terapia desarrollada

por Blyum, en cambio, plantea un paradigma nuevo de rehabilitación.

ABR ataca el problema profundo: lo primero que hace

es restaurar la estructura de ese sistema muscular, algo que

hasta ahora se consideraba imposible.

Siguiendo principios de la biomecánica, Blyum sostiene que

se puede corregir la estructura esquelética si se recupera el tono

de la musculatura lisa, aquella que recubre los órganos internos

y se relaciona directamente con actividades fisiológicas, como

la respiración o la digestión. Esto se logra con suaves presiones,

diseñadas por él en zonas específicas del cuerpo, lo que produce

un efecto neumático, como un bombeo.

“Imagina que el diafragma es un globo”, explica Eduardo, el

marido de Sonia, que luego de mucho estudiar de qué se trataba

ABR logró hacerse una idea cabal del sistema. “Si el globo

está desinflado los omoplatos no tienen dónde apoyarse ni

tampoco las clavículas, que están sueltas; por eso, los brazos

quedan pegados al cuerpo. Si aumentas el volumen del globo,

toda la estructura mejora: los omoplatos y las clavículas tienen

soporte y los brazos automáticamente se levantan. Lo que hace

ABR al trabajar la musculatura lisa es inflar este globo. Hecho

esto, el tono muscular se normaliza y los brazos y piernas recuperan

el rango de movilidad normal”, dice.

Sonia se comunicó con el centro de ABR en Canadá, que en

2007 era el más cercano a Chile; los demás estaban en Bélgica,

Alemania, Dinamarca y Singapur. En respuesta recibió un video

ilustrativo de la terapia. En él se veía la rehabilitación de Helen,

una niña con parálisis cerebral que comenzó a ser tratada por

su madre con ABR en Bélgica a los 18 meses. No gateaba y

para mover la cabeza debía girar su cuerpo en bloque, ya que

sus miembros no lograban moverse con independencia. Tres

años después, a los 5 años, Helen tenía una postura corporal

correcta, se sentaba y caminaba con soltura; le lanzaban un

globo, lo atajaba en el aire y ella lo tiraba de vuelta.

Sonia se convenció: tenían que probar esta terapia. Pero

su marido tenía dudas. “Era tan bueno que costaba creerlo”,

dice Eduardo. Buscando argumentos para convencerlo, Sonia

escribió a ABR Canadá para saber cuándo darían algún curso

para enseñarles la terapia a padres. Entonces recibió una buena

noticia: Nora Pellejero, abuela argentina de un niño con parálisis

cerebral que en dos oportunidades había viajado a Canadá,

había reunido a 19 familias de Rosario y Buenos Aires que querían

seguir ABR. Un grupo de terapeutas canadienses viajaría

en enero de 2008 a Argentina a enseñar la terapia. La evaluación

y el entrenamiento para realizar ABR en casa durante los

primeros seis meses –tras lo cual los niños debían ser nuevamente

evaluados– costaba 1.750 dólares (casi 3 millones

de pesos). Eduardo, que es ingeniero, calculó que era mucho

menos de lo que gastaban en la rehabilitación tradicional que

no había funcionado. Reservaron pasajes a Buenos Aires.

Rocío es otra niña

Es lunes, son las tres de la tarde y hay sol. Sonia le pone un

pinche rojo a Rocío y la acomoda en un coche especial que

mandó a hacer; se niega a trasladar a su hija en silla de ruedas.

“Son aparatosas, llaman mucho la atención”, dice. Así, en coche

y cantándole una canción del eco, avanza las cinco cuadras que

separan su departamento del jardín infantil de integración El

Manzano, al que su hija va por las tardes desde hace un año.

Rocío está en el nivel medio mayor y hoy regresa a clases luego

de unos días en la casa a causa de un resfrío.

–Llegó la Rocíiiiio– gritan sus compañeros y se acercan a

abrazarla. Rocío se ríe.

Sonia se animó a matricular a su hija en un jardín cuando

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